Martes, 8 de julio de 2025, 23:09 UTC • 3 minutos

Seis, seis, seis
La violencia sigue su curso en una ciudad que ha visto enterrar a todo tipo de personajes
Culiacán, Sin. - Nos topábamos siempre en la misma esquina ahí con el Sotelo. De ahí caminábamos a la Juárez a las fichas center. Algunos estaban muy metidos en las pandillas, otros nomás le daban al grafiti o al skate y otros una eminencia en las maquinitas.
Nos reuníamos alrededor de 15 plebes entre 14 y 18 años para no hacer nada bueno. Pura vagancia.
Era 1995 y la vida en Culiacán no era tan ruda como hoy día. O tal vez era más ruda pero en una forma diferente. En la Juárez, a la fecha, han muerto al menos seis de esa camada, todos en hechos violentos pero en diferentes momentos.
El más reciente el Broma. Casi diario me esperaba ahí con el Sotelo y caminábamos. Ellos ya eran “pachecos”. Locos, pero buena gente. Así los describía siempre que los defendía. Mi padre no los podía ver, me acuerdo. Había veces que se sentaban afuera de la casa en una piedra gigante a esperarme para ir al palacio a darle al skate. Ellos no le pegaban y yo apenas le daba. Era pura vagancia.
Salíamos a las seis de la tarde.
Con el tiempo fuimos tomando sendas diferentes. El Sotelo, siempre con pájaros en la cabeza por un trauma infantil, se convirtió en abogado, según supe.
El Broma siguió siendo el Broma. Hoy su cuerpo fue hallado sin vida en Costa Rica. Rápidamente los mensajes por todos lados. El Galleto fue el primero en avisarme. Sabe que fuimos amigos en la adolescencia.
El Broma no se perdía las tocadas. Le gustaba robar tenis y cachuchas a morros más chicos. Pinchi sarampión, le decía yo mientras buscaba cómo devolver lo robado.
Ahí caía siempre a las seis de la tarde.
Tenía problemas con las drogas, pero siempre inofensivo. Al menos para mí así lo fue.
Una vez estaba tan drogado que no me reconoció. Me quiso quitar mi gorra de los Orioles de Baltimore. Me reí y lo saludé. Se puso a llorar. Te ves bien cambiado con la cabeza rapada, me dijo. Mentira. Yo llevaba la gorra puesta y ya me había visto rapado en el pasado.
Pero así era el Poncho, apodo con el cual yo lo conocí antes de que se volviera “el Broma cochi loco” o simplemente Broma.
Toma el apodo porque así “plaqueaba” en las paredes junto al Sotelo aka Brinko. Tenían toda la Almada y al Centro lleno de pintas.
La última vez que lo vi fur hace varias semanas por el Leyva. Me pidió dinero. Le di 100 varos y nos fumamos un Marlboro. Nos reímos.
Ahí te guacho, Aaroncito, me dijo. Le respondí igual.
Hoy está muerto. Lo mataron. Así es la violencia en mi ciudad. Aquí te matan por lo que sea en donde sea cuando sea.
Y no es que el Poncho haya sido estupenda persona. No. Pero era una persona y no era realmente malo. Sólo fue una víctima más de esta ciudad desbordaba de violencia.
Recuerdo todavía sus tatuajes en el antebrazo. Tres veces seis. Seis, seis, seis. 666. El número de la bestia. Quería ser rudo pero los que lo conocimos sabemos que no era para nada rudo.
Y poco a poco la plebada de la Juárez va quedando en el camino. Unos antes que otros, a todos nos está llevando este espiral.

Aarón Ibarra
Reportero Independiente de tiempo completo