Sábado, 22 de marzo de 2025, 18:05 UTC • 5 minutos

Cómo pudo sucederme a mi
Como parte de los sábados de letras, hemos desempolvado un texto que, a casi cinco años de distancia, sigue muy vigente
Culiacán, Sin. – Hace poco miré una foto de un par de viejos amigos. Uno de ellos hace apenas poco lo reencontré. Es músico. El otro, también es músico y también lo reencontré. Cada que se acerca semana santa lo recuerdo. Su cumpleaños sería el 27 de marzo.
Pero el coronavirus tuvo otros planes. Recuerdo cuando me enteré que lo internaron me preocupé mucho. Fue en diciembre de 2020. Ese año en general fue terrible.
No les cuento más. Les dejo el texto publicado el 18 de diciembre de ese mismo año en una pequeña página de Facebook que entonces abrí para tratar de contar historias sobre gente y sitios de Culiacán y por eso quise revivir esa sección en este sitio de internet. Nuestra ciudad necesita que otra vez la ciudadanía rescatemos a esas personas y a esos lugares.
¡Seguridad, seguridad!
Llevaba más de dos años sin poner un pie en ese lugar. En cuanto crucé la puerta un grito al fondo se oyó a través de un micrófono. ¡Seguridad, seguridad! Volteo y correspondo con una sonrisa. El músico corresponde el saludo y continúa su canción.
Cargando una guitarra entona letras que para algunos pueden ser lindas, para otros desgarradoras, todo depende del momento emocional y del alcohol en el torrente sanguíneo. “Quién me ha robado el mes de abril”, y el público lo corea, “comopu-do suceder-mea-mí, pero…” y la canción sigue.
Busco mi lugar entre las mesas y el humo de cigarro. El Chito al fondo hace una señal y me ofrece como siempre la barra. Me sirve una cerveza indio muy helada y me pregunta por el milagro. “Ya ves, nomás vine por una y a saludar a aquel” y el músico sonríe y luego grito a todo pulmón “quién fuera”.
Termina el robo del mes de abril y comienza la dulzura de la guitarra. El músico no la arpegia toda, solamente el inicio. Y los versos. Los versos. Esa debe ser la mejor canción jamás escrita. Lo es para mí y lo he debatido con el músico. “Deberías aprendértela”, de dijo una vez. “Jamás”, le dije.
El San Remo
A inicios de la década del 2000 los jóvenes poetas y yo acudíamos a ese lupanar. “No me lo vas a creer, pero el bato se sabe todas las rolas de Sabina”, me dijo Francisco Alcaraz, quien por cierto es un gran imitador de la voz del cantautor andaluz.
El lugar apretado, apenas unas 10 mesas, si acaso un poco más. La barra del bar normal y las nubes de cigarro eran casi tan densas como las penas de algunos parroquianos. Estaba cantando ruido. El tipo, bajito de estatura, de lentes, su peinado “de librito” y con una camiseta tipo polo y unos jeans, no tenía para nada el glamour que los trovadores del momento solían tener.
Su gracia era otra. Al terminar su ronda era común verlo entre las mesas, saludando a cada cliente. A todos los conocía, me atrevo a juzgar. A todos. Poetas, actores y actrices, periodistas, escultores, médicos, maestras, dentistas o niños perdidos. A todos los reconoce.
El lugar duró lo que duran dos peces de hielo en un whiskey on the rocks. Hubo que cerrarlo, un cambio de administración o lo que sea, y de repente varios quedamos huérfanos de bar. Como perros andaluces sin domesticar buscando dónde empinar el trago escuchando a Sabina, a nuestro propio Sabina.
No se parece en nada la voz de uno y otro, menos el estilo. El nuestro es nuestro y su nombre es Juan Jiménez, o el Juanito… o el John Little, como yo le grito después que busca echarme siempre a la seguridad.
El sitio vuelve a abrir, pero no fue igual. Por ese entonces Juanito tenía nuevo empleo. El café Riquer, ahí con el Aarón Parroquín, un jarocho adoptado culichi que emprendió tal vez el segundo mejor bar de trovadores en la ciudad. El primero siempre fue el San Remo.
La pandemia
Juanito sufrió como todos los músicos del mundo por el coronavirus. No solamente tuvo que cerrar su lugar de trabajo, sino que por la alta contagiosidad tuvo que dejar de trabajar. Y eso se traduce en dejar de ganar dinero.
Sin embargo, con la nueva normalidad pudo reabrir. Después de cumplir con varios requisitos gubernamentales y de salud, el sitio volvió. Apenas duró unas semanas y Juanito se enfermó. Tiene el bicho en los pulmones, puta injusticia. Sus pulmones, parte de su cuerpo fundamental para inflar nuestro pecho y gritar “quién me ha robado el mes de abril” lo tienen tumbado en una cama.
Prometí hace años no volver al lugar. Como un buen pez de ciudad, al lugar donde fui feliz no debo tratar de volver. Pero cambié de opinión y quiero volver. Y ojalá tu cuerpo sane, viejo amigo. Para ir a cantar, entonces sí, juntos, quien fuera o lo que sea que quieras cantar.
Fin.
Este texto del niño perdido culminó con una solicitud de ayuda. Buscábamos recaudar fondos para la atención del Juanito. Finalmente, no lo logró. Nos dejó huérfanos. Pero lo recordamos con mucho cariño, por eso quise volver a publicar este breve relato.
Y como dijo el clásico… consuman y rolen.

Aarón Ibarra
Reportero Independiente de tiempo completo